Artículo publicado en Viva El Puerto
La normalización de la pandemia de COVID-19 está haciendo que poco a poco vayamos recobrando la normalidad en cada vez más apartados de nuestra vida, como por ejemplo, las fiestas y tradiciones. Estos días se ha vuelto a celebrar la Semana Santa por primera vez en dos años, la primera que vivo como concejal en este mandato municipal.
En lo personal ha sido una Semana Santa más. No soy creyente pero eso no significa que no respete esta festividad o a las personas que la viven desde sus creencias. Soy consciente de la importancia que tiene para muchísima gente y no solo desde el punto de vista religioso. Creo que se trata también de una expresión artística y cultural andaluza muy genuina, ligada a nuestra historia -tanto a lo bueno como a lo malo-, además de un atractivo turístico de primer nivel con un enorme potencial económico. Aunque reducirlo solo a esto último me parece una justificación apropiada.
En lo político, creo que la Semana Santa nos coloca frente al debate de diferenciar entre las esferas de lo público y de lo privado y nos obliga a tomar decisiones que tiene que ver con nuestros principios personales y políticos. No estoy de acuerdo con que las personas que componemos la corporación municipal salga en procesión o participemos de ésta o de otra festividad de índole religiosa por nuestra simple condición de cargos público. Tampoco que esta condición nos otorgue privilegios de algún tipo o nos coloque por delante del resto de ciudadanos y ciudadanas. No critico a quién decida hacerlo, pero no lo comparto. Apuesto por la laicidad de las instituciones.
La vigente Constitución Española se encarga de aclarar que en nuestro país “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Por tanto, considero que como representantes públicos la mejor muestra de tolerancia que podemos hacer tanto hacia los portuenses creyentes -católicos o de otras confesiones religiosas- o no creyentes es apostar por la neutralidad de las instituciones. Por eso en esta primera Semana Santa del mandato tomé la decisión de no acudir al palco de autoridades, no procesionar el Viernes Santo y disfrutar de estos días por las calles del centro de la misma manera que lo he hecho siempre, junto a mi familia y amigos. Me pareció la mejor forma de respetar a las personas que sí creen y defender al mismo tiempo los principios y valores en los que creo