Artículo publicado en Mundo Obrero
Emmanuel Macron resultó vencedor en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales e iniciará su segundo mandato al frente de la República Francesa por otros cinco años. Con el 58,54% de los votos el Presidente saliente se impuso a la candidata Marine Le Pen, quien en su segundo intento de asalto al Palacio del Elíseo logró un 41,46% de apoyos, lo que supone el mejor resultado de la historia para la extrema derecha francesa.
A pesar de la victoria, Macron no debería estar muy contento. Lo ajustado del escrutinio ha demostrado que los miedos de buena parte de la sociedad francesa no eran infundados y evidencia la profunda crisis social y política que atraviesa el país vecino. En este sentido, hay varios elementos que arrojan serias dudas de que esta victoria pueda traducirse en un apoyo real del electorado a las políticas impulsadas por el presidente de los ricos durante este primer quinquenato. Por ejemplo, la histórica tasa de abstención (28,3%) hace que Macron haya sido reelegido por solo el 38% de los inscritos en el censo electoral -con menos apoyo que el recibido por François Hollande en 2012, por ejemplo- dejándose más de dos millones de votos por el camino respecto al resultado cosechado en la segunda vuelta de 2017.
Es evidente que una parte muy importante del voto a Macron se debe no a la adhesión a sus políticas sino a la movilización para cerrar el paso a la extrema derecha. El Frente Republicano parece haber sobrevivido a esta cita electoral, pero aun así la campaña de naturalización y banalización hacia las posiciones de la Agrupación Nacional ha hecho que casi tres millones de nuevos votantes hayan creído que el proyecto racista, xenófobo, clasista y fragmentario de Marine Le Pen era la mejor alternativa a las políticas antipopulares de Macron.
En este segundo intento Le Pen ha llevado a la extrema derecha a unas cifras de apoyo nunca vistas en la 5ª República y si bien la puerta del Eliseo se ha cerrado, el peligro de que accedan al gobierno no ha desaparecido. Con estos resultados las elecciones legislativas de junio funcionarán como una ‘tercera vuelta’ en la que la fuerza que consiga obtener la mayor representación parlamentaria tendrá la posibilidad de influir en la composición del futuro gobierno e incluso imponer un primer ministro de su color político.
Ante esa nueva batalla las fuerzas de izquierda se presentan con posibilidades reales no solo de volver a frenar a la extrema derecha, sino de hacer que esa probable cohabitación caiga del lado de las clases populares y permita ejercer de contrapeso a Macron y sus políticas neoliberales. Los resultados de la primera vuelta permiten creer en ese escenario que solo se podrá conseguir si todos los actores implicados trabajan para ampliar el campo progresista desde la más amplia unidad posible.