Este domingo se ha celebrado la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia en un contexto marcado por la pandemia de COVID-19, la crisis económica mundial, la guerra en Ucrania, o el alza en los precios de materias primas, carburantes, alimentos y bienes de primera necesidad etc. Con una abstención récord (26,7%) las llamadas al ‘voto útil’ han configurado un triangulo sobre el que a partir de ahora girará la política francesa. Tres espacios políticos con liderazgos, proyectos sociales y visiones muy diferentes encabezados por Emmanuel Macron, Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon.
La macronie y el nuevo establishment
En 2017 Macron llegó a la Presidencia de la República sin partido y cosechando un 24,01% de los votos en la primera vuelta. Cinco años después ha conseguido aumentar sus apoyos en casi 4 puntos (27,85%) algo que solo había logrado hasta ahora otro presidente saliente: François Mitterand. La macronie aguanta y crece. A pesar del contexto nacional e internacional y la fuerte oposición interna a las políticas neoliberales y anti-populares puestas en marcha, el Presidente de los ricos ha sido capaz de absorber aún más espacio a izquierda y derecha para convertirse en el nuevo garante del establishment francés. Ya se sabe: cambiar todo para que nada cambie.
El Presidente saliente no solo ha sobrevivido, sino que puede apuntarse el logro de haber acabado con el sistema de partidos de la V República llevando a los tradicionales partidos de gobierno a sus mínimos históricos: menos del 5% de votos para la derecha conservadora de Les Républicains y menos del 2% para el Partido Socialista, que ha pasado de ostentar la Presidencia de la República con François Hollande en 2012 a ser la décima fuerza política en esta cita electoral.
Macron ha sabido aprovechar a la perfección el debilitamiento de los partidos políticos tradicionales y conjugar los aparatos del Estado en beneficio de la todopoderosa figura del Presidente de la V República. Cesarismo y ejercicio personal del poder al servicio de la monarquía republicana. C’est ça la macronie.
Le Pen y la nueva derecha francesa
La derecha francesa no olvidará fácilmente estas elecciones. El resultado de Valérie Pécresse (4,78%, quince puntos menos que en 2017) no augura nada bueno para el futuro cercano de Les Républicains. Pécresse dejó claro la noche electoral su apoyo a Macron y alertó del peligro de fractura social que supondría un gobierno encabezado por Marine Le Pen. Sin embargo, esta derrota histórica ha dividido fuertemente a los dirigentes de la formación en torno a la estrategia a adoptar para la segunda vuelta, lo que revela una vez más las fracturas ideológicas dentro del partido, que desde hace años discute su relación con la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen y su posicionamiento respecto al Frente Republicano, ese pacto no escrito para tejer un cordón sanitario en torno a la extrema derecha e impedir su acceso a los gobiernos de la República.
Marine Le Pen dijo hace años que su objetivo era reconfigurar la derecha francesa y va camino de conseguirlo. Tras obtener un 23,15% de los votos se verá de nuevo las caras en segunda vuelta con Emmanuel Macron al igual que en 2017, pero la situación no es la misma. La derecha conservadora está fuera de juego, mientras la extrema derecha nunca ha recibido tantos apoyos ni ha estado tan fuerte como lo está ahora, casi toca con los dedos las puertas del Elíseo.
Lejos quedan los miedos de la propia Le Pen hace unas semanas ante las dificultades para conseguir los patrocinios necesarias para presentar su candidatura o las dudas ante la irrupción en el panorama político de Éric Zemmour, el tertuliano que amenazaba con recomponer la ultraderecha francesa en torno a él y su movimiento Reconquête (Reconquista) pero que ha quedado muy por debajo del resultado que le daban las encuestas. En las próximas semanas veremos si Zemmour se queda solo en fenómeno político-mediático o se asienta como un nuevo actor político. De momento, el polemista ya ha pedido el voto para la líder del RN.
Mélenchon y la alternativa popular
Jean Luc Mélenchon es el tercer vértice del nuevo triangulo político francés. Con una campaña que ha ido de menos a más, el candidato de la Francia Insumisa (LFI) ha obtenido el mejor resultado de la izquierda radical desde 1969 (21,95%), aumentando los apoyos cosechados en 2017 (19,58%). Mélenchon se consagra como la alternativa social y popular a las políticas macronistas y, a pesar de no haber logrado el objetivo de pasar a la segunda vuelta, se coloca en una posición privilegiada para capitanear la más que segura recomposición que deberá afrontar la izquierda francesa.
Sin embargo, este resultado esconde una dura realidad: las fuerzas de izquierda no han logrado agrandar su espacio electoral sino todo lo contrario. La suma total de todas las candidaturas de izquierda -de LFI al PS, pasando por el PCF, Verdes y candidaturas trotskistas- queda por detrás de la suma de las candidaturas de la extrema derecha: 31,94% contra 32,28%. Un panorama nada halagüeño del que han de tomar nota y trabajar desde ya para darle la vuelta.
En este sentido, el resultado obtenido el domingo otorga a LFI la responsabilidad de encarar las próximas legislativas abanderando la búsqueda de la unidad en el conjunto de la izquierda francesa. Tender la mano con generosidad y sin imposiciones al resto de fuerzas de la izquierda, que tienen mayor implantación electoral y organizativa que LFI, va a ser una de las claves.
La vuelta de la papeleta comunista
El Partido Comunista de Francia (PCF) ha vuelto a presentar candidatura propia a unas presidenciales. No lo hacía desde 2007 cuando cosecharon el 1,93% de los votos. En esta ocasión Fabien Roussel, a la sazón Secretario Nacional, ha logrado un meritorio 2,28% con una campaña militante pegada al terreno que, si bien no ha alcanzado la meta del 5% de los apoyos, sí ha conseguido situar al PCF en el debate político del país.
Tanto en 2012 como en 2017 la militancia comunista optó por apoyar la candidatura de Jean Luc Mélenchon. Sin embargo, en esta ocasión los comunistas franceses volvían a la contienda electoral no solo con el objetivo de ganar visibilidad, sino de lograr el difícil equilibrio entre movilizar al electorado sin perjudicar al resto de candidaturas de la izquierda y lograr así frenar a la extrema derecha.
La llamada al ‘voto útil’ ha pesado demasiado y arroja la duda de adivinar cuál sería el escenario actual si se hubiese dado una mayor unidad en el seno de la izquierda francesa.
Elegir entre lo malo o lo peor
Para las fuerzas de la izquierda el diagnóstico está claro: las políticas de ruptura democrática y social y el ataque a los servicios públicos impulsados por Macron han dado alas a la extrema derecha. El pueblo francés deberá elegir por segunda vez entre el neoliberalismo autoritario de Emmanuel Macron o el neofascismo de Marine Le Pen y la izquierda se ve ante la contradicción de perpetuar al macronismo para cerrar al paso a la extrema derecha.
Hay quien lo tiene claro. En su comparencia del domingo, Fabien Roussel dejó claro que los comunistas franceses harán todo lo necesario parar evitar que la extrema derecha se haga con el control de la República. Será un voto para defender los principios democráticos y el sistema republicano francés. Porque a pesar de lo que pueda parecer, Macron no las tiene todas consigo. El empeoramiento de la situación económica de estas últimas semanas ha hecho tambalear los planteamientos iniciales del Macronismo hasta el punto de que los primeros sondeos arrojan un empate técnico entre el Presidente saliente y Marine Le Pen.
Así las cosas, ante una nueva segunda vuelta sin presencia de fuerzas progresistas, en la que las clases populares van a ser las grandes damnificadas y con la amenaza de una victoria de la extrema derecha que es algo más que una posibilidad, la izquierda francesa deberá afrontar su reconstrucción con un ojo puesto en las legislativas de junio. Cierre de ciclo.