Martes 17 de octubre. Gran madrugón que nos pegamos para salir de Auserd con destino Dajla. A las 6 de la mañana estábamos ya en la carretera... y en la carretera nos pegamos tres horas hasta llegar a Dajla pasadas las 9 de la mañana.
Una vez allí nos dirigimos a la Wilaya para encontrarnos con nuestro amigo Salek Baba, gobernador de la Wilaya, con quien habíamos quedado para cerrar los temas que nos quedan pendientes de resolver aquí una vez inaugurado el quirófano del Hospital Regional.
Tras el breve encuentro nos acercamos a la daira de Bir Nzaran para visitar el lugar donde se construirá el nuevo edificio comunitario que sustituirá al que fue destruido por las lluvias de 2015. Si todo sale según lo previsto, las obras comenzarán la próxima semana y consistirán en la construcción de la sala de juntas.
Después nos acercamos a la radio del campamento para ver sus instalaciones, que también se vieron bastante afectadas por las lluvias de 2015. Desde el gobierno de la Wilaya están buscando ayuda para su reconstrucción ya que la radio es el medio de comunicación principal de la población saharaui.
Cerramos la mañana volviendo a casa de nuestra amiga Tutu para comer y descansar un poco después de todo el ajetreo mañanero.
Por la tarde habíamos quedado en casa de una vecina de Tutu donde nos esperaban un grupo de mujeres que vivían en el Sáhara Occidental antes de la invasión marroquí. Estas mujeres eran supervivientes del bombardeo marroquí sobre la ciudad de Um Draiga en febrero de 1976. Nos contaron todo con pelos y señales, como si hubiese sucedido ayer o como si describiesen una escena de una película bélica en primera persona, con una calma y una serenidad que no casaban con la crudeza de lo que estaban narrando. Y a pesar de la nitidez de su relato creo que no nos pudimos hacer una idea de todo lo que pasaron.
De repente un día, domingo 18 de febrero de 1976, empezaron a caer bombas de fósforo blanco y napalm sobre Um Draiga. “Aun recuerdo el olor de aquel día” nos comentó una de ellas. No sabían qué pasaba ni tampoco adivinaban qué habían hecho para ser atacados.
Recordaban que aquella mañana había actividades escolares en los colegios y el ataque cogió a mucha gente en la calle. Cuando empezaron a caer las bombas se desató el caos. “En mi calle había casas ardiendo, mucha gente muerta, familias enteras con sus madres e hijos... entre los escombros de una casa vi solo una mano con una pulsera”. “Salí corriendo para refugiarme en mi casa. Al llegar a la puerta, una bala me rajó el labio y mató a mi hermana”. “Mi vecina era ciega y estaba rodeada de llamas. Tuve que decidir si ir a buscar a mi familia o rescatarla a ella. Fui a por ella y ya no volví a ver a mi familia”.
Cada una de ellas repetía una y otra vez que no sabían lo que estaba pasando ni por qué les atacaban. En aquel momento Um Draiga era parte de la provincia española del Sáhara Occidental, ellas eran españolas y todavía, a día de hoy, no entienden por qué su gobierno no las ayudó. Nos insistían en la diferencia entre el gobierno de España y la ciudadanía española, sus hermanos. Tenían muy buenos recuerdos de la vida en común junto a la población española, pero no del gobierno de España, su gobierno, que no les defendió. “Nos vendieron”. “Nos trataron peor que a gusanos”. “Ojalá alguien del gobierno español nos dé una explicación de todo lo que sufrimos, porque murió mucha gente”.
Después del bombardeo salieron de allí con lo puesto. Sin ropas ni mantas, sin alimentos, sin saber dónde estaban sus familiares... y sin tener claro dónde ir. Se refugiaron en el desierto junto a un río durante casi un mes hasta que se decidieron a salir rumbo a la frontera con Argelia, a Rabouni. Hasta allí llegaron los primeros refugiados 15 días después de los bombardeos, aquellos afortunados que contaban con transporte. El resto tuvo que buscar la forma de llegar. Debían moverse de noche, para evitar los bombardeos marroquíes sobre las columnas de civiles.
Narraban con agradecimiento la forma en que una vez allí el gobierno argelino les acogió. Les dieron alimentos, haimas, ropa, y empezaron a repartirse en campamentos. Nos explicaron el importante papel que jugaron las mujeres en aquellas primeras semanas. Tomaron el mando en todo lo que concernía a la organización de los campamentos: construyeron infraestructuras, casas, hospitales... Todo era provisional, iban a volver pronto a su país pero mientras debían organizarse para resistir lo mejor posible. Y ya llevan aquí 42 años.
Lejos de todo, mantienen las ideas muy claras. “Esta no es nuestra tierra, aquí no queremos estar. Queremos vivir en nuestro país”. “Ojalá este vídeo llegue al gobierno de España y a la ONU para que vean lo que pasa aquí, para que conozcan lo que hemos sufrido”. “Todavía tenemos esperanza. No queremos más guerra, solo pedimos poder celebrar el referéndum de autodeterminación y volver a casa”.
Fueron alguna de las últimas palabras que nos dedicaron mientras se hacía de noche. Quizás no sean las que mejor resumen todo, quizás me haya dejado cosas más importantes sin escribir. No es fácil acercarse al testimonio de este grupo de mujeres, que un día tuvieron que dejar su vida sin mirar atrás y volver a empezar en mitad de la nada. Que han sufrido la indecible, han perdido familiares, amigos, conocidos... y que llevan 42 años lejos de su tierra, resistiendo. Nos lo contaron todo tranquilamente, lo que hace todavía más difícil reflejarlo aquí con palabras que le hagan justicia.
Nos quedamos con la mente puesta todo el resto del día en el testimonio de estas mujeres.